Mis manos se fundían con el olor del viento para así poder tocarte sin interrumpir el parpadeo de tus manos al hablar, sintiéndome una niña de cuatro años huyendo de una batalla de bombas, escondiéndome bajo la cama para no temer al monstruo. -Estas preciosa- me dijiste y sabía que mentías, aun tenía cicatrices de almohada en las mejillas.