Me he permitido ser apatía andante por mis laberintos del odio. He dejado de estar descalza y de sentir el dolor del suelo al hundir mi peso en sus grietas y grietas tengo de sobra en las que hundirme. Me cuelo sin permiso de la coherencia en las habitaciones que cerré bajo llanto y el precio a pagar es desprenderme de todo lo que aprecio. Que no te inunden los mares del odio, desde allí, jamás se divisa tierra y quiero volver a estar descalza a sentir el dolor del suelo cuando le ponen nombre, cuando le ponen precio, cuando le ponen algo que no se llama respeto. Quiero salir del marco en la pared, de los retoques en el color, de la intersección de daltonismo y sinestesia, de los allanamientos sentimentales. Que no te inunden los mares del odio, desde allí, jamás se divisa tierra y el precio a pagar son todos los utensilios necesarios para sobrevivir.