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Mostrando entradas de septiembre, 2014

Si son tuyas mis letras.

Ya no sé si son mías o tuyas las letras que te escribo. Si te vas y son mías : ¿A quién le escribiré cuando nos quedemos a solas, el mechero y yo? Cuando te lleves todo lo tuyo, y con ello la inspiración. Tendré que reinventarme junto con tus letras, que hablarán de mí sin ti. ¿Perderán el sentido los versos de amantes, de camas, de sueños? ¿Y las sábanas?  Me pregunto si rasparán. Si te vas y son tuyas: Escribiré tu último beso. Relataré mi último desvelo y pensaré en el primer insomnio de no tenerte. Pero si son nuestras las letras: estaré perdida sin los dos. Ya no no sé si son mías o tuyas las letras que te escribo: y entre tanto yo, tú,  me, te, mi, sin ti, aprovecho el nos, el os y el nosotros.

Día 253.

Cualquier excusa me es válida para verte enganchado a mis tetas y es que mi piel necesita el roce de tu cuerpo para sentirse propia. Nuestras caderas se diseñaron para rozarse y el invierno para tocarnos. Tengo que confesarme  por pecar en tu entrepierna  y no hay peor pecado que no arrepentirse. Eres tentación escrita y palpable. Eres deseo, eres calor. Y lejos de encontrar la calma en tu cama quiero una detonación a la que llamar orgasmo.

Paradigma, olor a pelo rubio quemado.

Sonrió al verle. Sus húmedos ojos azules le atravesaban con la más absoluta tristeza y mientras fijaba la vista el eco de aquel desprecio se acogía en su pecho. Utilizó sus últimas fuerzas para levantarse torpemente del barro. El viento fúnebre alborotaba su pelo como si de arrancarlo se tratara y hundido hasta los tobillos siguió su camino encauzando la fila. Sus rasgos alemanes eran tan repulsivos como prohibidos. Le perdió de vista entre la multitud de pijamas a rayas. Se dió media vuelta y salió de aquel campo de concentración dejando atrás el asqueroso olor a pelo rubio quemado y el sonido de los múltiples disparos que fusilaban la raza aria. El brillo de sus ojos desaparecía cuando las resbaladizas balas atravesaban aquellos desnutridos cuerpos. Morían con superioridad a pesar de vivir encerrados dando tumbo hasta su último día. No pudo evitar  volver la vista atrás una vez más y allí estaba él. Se aferró a la alambrada como se aferraría a las blancas manos de aquel chico