Sonrió al verle. Sus húmedos ojos azules le atravesaban con la más absoluta tristeza y mientras fijaba la vista el eco de aquel desprecio se acogía en su pecho.
Utilizó sus últimas fuerzas para levantarse torpemente del barro. El viento fúnebre alborotaba su pelo como si de arrancarlo se tratara y hundido hasta los tobillos siguió su camino encauzando la fila.
Sus rasgos alemanes eran tan repulsivos como prohibidos.
Le perdió de vista entre la multitud de pijamas a rayas. Se dió media vuelta y salió de aquel campo de concentración dejando atrás el asqueroso olor a pelo rubio quemado y el sonido de los múltiples disparos que fusilaban la raza aria.
El brillo de sus ojos desaparecía cuando las resbaladizas balas atravesaban aquellos desnutridos cuerpos. Morían con superioridad a pesar de vivir encerrados dando tumbo hasta su último día.
No pudo evitar volver la vista atrás una vez más y
allí estaba él. Se aferró a la alambrada como se aferraría a las blancas manos de aquel chico.
Se encontraba tras un señor carcomido por el hambre y Avia, una de las personas más retorcidas de toda Alemania, judía y orgullosa, disfrutaba empujándolo dentro de la cámara de gas.
Por primera vez le dedicó una mirada sincera y sin desprecio. Incluso pudo imaginar como sonreía.
Cerró los ojos cuando la puerta se selló y aquel sonido de hierro roído atormentó hasta la última parte de su ser. Se había acabado lo que nunca fue y con él, la raza aria había desaparecido.
Se secó las lágrimas y repitió en voz alta aquellas palabras que había grabado en su mente:
"Las mujeres nunca lloran, y mucho menos un judía."
Utilizó sus últimas fuerzas para levantarse torpemente del barro. El viento fúnebre alborotaba su pelo como si de arrancarlo se tratara y hundido hasta los tobillos siguió su camino encauzando la fila.
Sus rasgos alemanes eran tan repulsivos como prohibidos.
Le perdió de vista entre la multitud de pijamas a rayas. Se dió media vuelta y salió de aquel campo de concentración dejando atrás el asqueroso olor a pelo rubio quemado y el sonido de los múltiples disparos que fusilaban la raza aria.
El brillo de sus ojos desaparecía cuando las resbaladizas balas atravesaban aquellos desnutridos cuerpos. Morían con superioridad a pesar de vivir encerrados dando tumbo hasta su último día.
No pudo evitar volver la vista atrás una vez más y
allí estaba él. Se aferró a la alambrada como se aferraría a las blancas manos de aquel chico.
Se encontraba tras un señor carcomido por el hambre y Avia, una de las personas más retorcidas de toda Alemania, judía y orgullosa, disfrutaba empujándolo dentro de la cámara de gas.
Por primera vez le dedicó una mirada sincera y sin desprecio. Incluso pudo imaginar como sonreía.
Cerró los ojos cuando la puerta se selló y aquel sonido de hierro roído atormentó hasta la última parte de su ser. Se había acabado lo que nunca fue y con él, la raza aria había desaparecido.
Se secó las lágrimas y repitió en voz alta aquellas palabras que había grabado en su mente:
"Las mujeres nunca lloran, y mucho menos un judía."
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