-Las personas que se quieren lo hacen.
Esas fueron sus palabras. Yo con 17 años y con una concepción del sexo que no llegaba más allá de la penetración me encontré sin saber que decir. Sin una respuesta clara. Sin una argumentación aplastante. Me encontraba sola y humillada, con una larga lista de preguntas y prejuicios que me tiraban de lleno al precipicio junto con las actitudes que no me cuestionaba, junto con unas normas de las que no podía salirme.
Aquella frase dejaba implícito toda una serie de ordenanzas y prohibiciones sociales, de expectativas, de alturas y listones. Y la repetía, cada vez que podía, cada vez que bajaba la guardia impulsándome un pasito más.
Yo con 17 años y avergonzada de no haber sido penetrada aún, como si esa acción fuera a liberarme,
me preguntaba lo que una debía preguntarse según el resto. Todas las respuestas eran No.
Sin embargo aquella frase me seguía humillando, me infantilizaba y me hacía sentir vulnerable.
Incesante, insistente, continuado e inflexible su actitud no variaba y mis "No" se quedaban mudos día a día.
Hasta que llegó, el encerrón romántico, la escena de película e inmiscuida en un álbum de fotos de su infancia y con un No muy presente en mi garganta acabé tumbada en un colchón que no sentía como cama.
-Tengo miedo.
Jamás en un acción de dos me había sentido tan obviada.
-Tengo miedo.
Y lo hizo, porque yo no hice nada más allá de sentirme aterrada y fuera de mí. Mi cuerpo se movía sin voluntad propia, sin opinión. Era una herramienta más.
No me había gustado. Me repitieron una y otra vez que las primeras veces duele, que sangras.
A mí no me había ocurrido eso.
Tras levantarme de la cama la conversación giró en torno a ello. Volví a sentirme humillada.
No solo era inmadura e infantil por tener miedo, ahora era un puta y todo lo que había contado era mentira. Si me habían penetrado antes porque no había sangrado. No soportaba la idea de que mi cuerpo hubiera sido tocado por otro hombre antes. Jamás imaginé que algún día tuviera que demostrar y convencer a alguien de que no lo habían hecho, porque toda esa inseguridad no se la provocaba pensar que yo podría haber hecho algo, si no que me lo hubieran hecho a mí.
-Te quiero.
Y después de eso yo conté mi maravillosa entrada triunfal en el sexo. No había sentido dolor físico.
Había tomado yo misma la decisión ( como si hubiera argumentos para sustentar esa frase) y me habían dicho Te Quiero con mayúsculas.
Lo que no conté fue el miedo, la carrera a mi casa, la ducha de después, el silencio durante días y lo manipulada que me sentía.
Y después de 5 años os cuento mi entrada triunfal en el sexo y mi primera violación.
Hoy me merezco respirar por poder escribirlo en primera persona y aceptar esa palabra por primera vez.
Esas fueron sus palabras. Yo con 17 años y con una concepción del sexo que no llegaba más allá de la penetración me encontré sin saber que decir. Sin una respuesta clara. Sin una argumentación aplastante. Me encontraba sola y humillada, con una larga lista de preguntas y prejuicios que me tiraban de lleno al precipicio junto con las actitudes que no me cuestionaba, junto con unas normas de las que no podía salirme.
Aquella frase dejaba implícito toda una serie de ordenanzas y prohibiciones sociales, de expectativas, de alturas y listones. Y la repetía, cada vez que podía, cada vez que bajaba la guardia impulsándome un pasito más.
Yo con 17 años y avergonzada de no haber sido penetrada aún, como si esa acción fuera a liberarme,
me preguntaba lo que una debía preguntarse según el resto. Todas las respuestas eran No.
Sin embargo aquella frase me seguía humillando, me infantilizaba y me hacía sentir vulnerable.
Incesante, insistente, continuado e inflexible su actitud no variaba y mis "No" se quedaban mudos día a día.
Hasta que llegó, el encerrón romántico, la escena de película e inmiscuida en un álbum de fotos de su infancia y con un No muy presente en mi garganta acabé tumbada en un colchón que no sentía como cama.
-Tengo miedo.
Jamás en un acción de dos me había sentido tan obviada.
-Tengo miedo.
Y lo hizo, porque yo no hice nada más allá de sentirme aterrada y fuera de mí. Mi cuerpo se movía sin voluntad propia, sin opinión. Era una herramienta más.
No me había gustado. Me repitieron una y otra vez que las primeras veces duele, que sangras.
A mí no me había ocurrido eso.
Tras levantarme de la cama la conversación giró en torno a ello. Volví a sentirme humillada.
No solo era inmadura e infantil por tener miedo, ahora era un puta y todo lo que había contado era mentira. Si me habían penetrado antes porque no había sangrado. No soportaba la idea de que mi cuerpo hubiera sido tocado por otro hombre antes. Jamás imaginé que algún día tuviera que demostrar y convencer a alguien de que no lo habían hecho, porque toda esa inseguridad no se la provocaba pensar que yo podría haber hecho algo, si no que me lo hubieran hecho a mí.
-Te quiero.
Y después de eso yo conté mi maravillosa entrada triunfal en el sexo. No había sentido dolor físico.
Había tomado yo misma la decisión ( como si hubiera argumentos para sustentar esa frase) y me habían dicho Te Quiero con mayúsculas.
Lo que no conté fue el miedo, la carrera a mi casa, la ducha de después, el silencio durante días y lo manipulada que me sentía.
Y después de 5 años os cuento mi entrada triunfal en el sexo y mi primera violación.
Hoy me merezco respirar por poder escribirlo en primera persona y aceptar esa palabra por primera vez.
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